El perrito gruñón
Cuando el sol se vaya y llegue la luna con su cara bonita, los pajaritos se habrán ido a dormir, también las ardillas, y los niños se irán a acostar y entonces, te voy a contar un cuento…
Había una vez una princesa que tenía un perrito. Dos gigantes vigilaban la entrada del castillo en donde vivían. Los gigantes eran enormes, porque eran gigantes, y eran muy cariñosos, amistosos y simpáticos, siempre se reían.
El perrito era pequeño, tenía el pelo blanco y negro, también tenía dos ojitos, dos orejas largas que casi tocaban el suelo, una nariz, una colita y todas las cosas que tienen los perros, pero era gruñón.
Un día, el perrito quiso ir a pasear al bosque, pero la princesa tenía que ordenar sus juguetes antes de salir. Y ¿Qué crees que pasó?, el perrito se enojó y se fue solo.
Cuando salió del castillo, sin motivo, sólo porque estaba enojado, mordió las botas a los gigantes y se arrancó. En el bosque espantó a dos pajaritos que cantaban y pisó una flor que miraba al sol. Y siguió refunfuñando.
En eso estaba cuando de pronto, frente a sus ojos y pegadita a su nariz, había un hada, pequeñita y linda. El perrito quedó con las patas tiesas, la cola apuntando al cielo y los ojos se le juntaron en el hada.
El hada le dijo: —Perrito bonito, ¿Por qué anda refunfuñando? Ahora, cuando regrese al castillo, piense cómo remediarlo. Los días son más bonitos cuando estamos contentos que cuando nos enojamos —Y ¡zuuum!, el hada se esfumó, desapareció.
El perrito hizo pipí, no sé si le dieron ganas o de susto. Y regresó al castillo.
Cuando encontró la flor, la enderezó, porque había quedado un poco chueca con el pisotón y le dijo:
—Lo siento, perdóname.
—Está bien —dijo la flor —, fíjate un poco más la próxima vez.
— ¡Sí, gracias! —dijo el perrito.
Al ver los pajaritos, también se disculpó. Los pajaritos le dijeron que cantar una canción, alegra el corazón.
Pronto llegó al castillo y vio los gigantes; hizo pipí otra vez, ahora de susto, pero fue valiente y les pidió perdón. Como los gigantes siempre estaban tan contentos, no les importó y el perrito agradeció.
Cuando vio a la princesa, pensó que ella lo quería mucho, aunque a veces, era muy gruñón. Entró corriendo, moviendo la colita, — ¡Vamos a jugar! —, decía —Te quiero mucho y quiero portarme bien, y también quiero a los gigantes que siempre están riendo, y quiero a los pajaritos que siempre están cantando y quiero a la flor que siempre está mirando al sol.
Como la princesa nada sabía de lo que pasó, lo abrazó y fueron a pasear.
El perrito ya no se enojaría más, ni mañana, ni el Lunes, tampoco el Martes, ni el Miércoles, me parece que el Jueves se enojó, pero sólo un poquito.
Por eso, cuando sale la luna y miro su cara bonita, siempre me acuerdo del perrito y del hada, y me pregunto ¿Cómo se estará portando?... Yo creo que muy bien, ¿y tú, cómo te estás portando?, ¿y yo?